El otoño, año tras año es una fecha señalada para todo fotógrafo de naturaleza. La explosión de color es un reclamo que no se puede ignorar.
Pero también hay otro factor que lo llena de atractivo, y es la incertidumbre. Los factores meteorológicos de cada año hacen que la fecha «perfecta» no sea fija, provocando en el fotógrafo un estado de alerta máxima.
Temporada tras temporada nos debatimos entre ir enseguida y encontrarnos con un bosque aun muy verde, o ir después y que el viento nos tire al suelo el otoño.
Yo me he ido encontrando de todo, y la verdad es que cada situación tiene su atractivo. Un bosque con tonos verdes, amarillos y marrones es un juego cromático lleno de posibilidades. Una masa ocre con una alfombra de hojas a nuestros pies y salpicada, para dar contraste, por alguna roca cubierta de musgo tampoco se puede desdeñar.
Así cada año salimos a buscar nuestras joyitas. Nos llenamos los ojos de tonos ocres y en nuestra cabeza ya pensamos en lo que la nueva temporada nos deparará.